And you and love...

And you and love are still my argument

A veces me quedaba contemplándolo, como si fuera una Galatea desconocida, y pensaba que aquel rostro impasible era del mármol más puro, conteniendo todos aquellos sentimientos guardados en lo más hondo de su mirada de color indefinible.
Y si suspiraba mi nombre, junto con el sonido de la lluvia, las pasiones me removían; ya no sabía cómo actuar ante aquellos suspiros de anhelo, de ese cuerpo que tanto me hacía tanto reír como llorar.
Cuando lo conocí, yo era la nota discordante entre toda aquella algarabía. No quiero admitir que me habían dejado colgado por primera vez en mi vida, y que lo único que hice fue olvidar las penas con lo primero que pedí en la barra, dejándome llevar por el sonido de la música, viendo borrosamente los cuerpos entrelazados, los bailarines moviéndose con ligereza, las palabras tapadas por aquellas notas que me parecían tan alejadas.
Él entró. Parecía diez años más mayor que yo. Seguro de sí mismo, sonriente, saludaba a la mayoría de los allí presentes, y era un conocido y uno más entre ellos.
Se sentó a mi lado, embriagado por algo que yo no alcanzaba a comprender, y esbozó una mueca.
-Parece que te han dejado solo. Y es una pena.
No respondí, y ya ni sabía qué hacer. No quería volver a casa, después del desastre del día anterior. No quería abandonarme entre las calles de aquella ciudad, ni dejarme ir por unas manos que sólo buscaban una simple emoción, que se apagaría a la salida del primer rayo de sol.
-Ven. Te prometo que no voy a hacerte nada. ¿Puedo abrazarte?
¿Y qué hice yo?, me digo mientras le acaricio la frente por última vez. Me dejé ir; por un instante creí que mi mente se había esfumado de ahí, viéndome a mí mismo...
He aquí el adolescente reprimido, confuso, acabando de salir de un lugar que ni conocía, que salía de la discoteca con el primer hombre de su vida que no era ni el amigo de la infancia, ni el compañero retrógrado de clase.
Al principio buscaba lo que ya había visto horas antes de conocerle, y cuando estaba a punto de empezar, me tiré para atrás, y él me besó en la frente suavemente. Aquella simple caricia en los labios acabó relajándome. Ese hombre acabado de conocer se quedó un momento quieto, silencioso, recordando unas palabras que no llegué a escuchar, y me escribió en el oído:
-Quería decirte algo cautivador, pero no me sale nada, porque ahora mismo tú y el amor sois mi tema.
El día después me enseñó aquel soneto, y sentí que el corazón me bailaba de pura felicidad.
Dormido sobre las sábanas revueltas, ya no sé qué decirle. Ha llegado el ocaso a mi mundo, aunque sea por unos instantes, pero ya no es lo mismo. ¿Qué sentimiento? ¿Qué cariño? Ya no hay nada de eso, sólo un vago recuerdo.
Sonrío al hombre que tanta felicidad me ha dado, el creador de la obra a la cual sólo le faltaba quererse un poco más.
¿Ahora, qué es él? ¿Y qué soy yo? ¿Y qué somos nosotros?