-Fanfic- Entre silencios

Un violín chirriaba por encima de su silencio.
No quería descubrir quién lo hacía, quizá sería demasiado arriesgado. No se atrevía a salir desde que esa criada con novio miliciano había visto más de una camisa azul dentro de su armario, y cada vez que picaban al timbre saltaba ligeramente, se ajustaba las gafas, miraba por encima de la persiana con mucho cuidado, porque si lo encontraban significaría prácticamente su muerte.
Sí, era una provincia. ¿Pero cómo reaccionaría ante la espada cuando estuviera en la pared? No huiría, gruñiría, dejaría sus gafas cuidadosamente hasta la checa. No podrían matarlo, no podrían.
—Basta...
Fue un suspiro quebradizo, lo suficiente para darse cuenta cuán ahogado se encontraba.

Sabía que ese violín intentaba tocar algo, y no salía nada excepto un grito casi callado.
¡Un chirrido!
El joven se levantó del suelo bien poco a poco. Le dolían los brazos y hombros, las rodillas, y se sentía cansado y pesado. De rodillas pensó y reflexionó, no iba a buscar a la persona que más deseaba encontrar en aquel momento.
Quién sabría si le pegarían un tiro.

Mi, sol sostenido, re, do... corcheas y negritas se sucedían como una tempestad, pasando los segundos con el arco cada vez, cada vez, cada vez más rápido, furioso, incesante.
Le recordó a aquella ocasión en que quiso mirar a los ojos a su abuelo, la sonrisa desaparecida, el gesto fruncido. ¿De veras quería seguir con el proyecto de la República? Cuando formuló aquella pregunta en voz alta vio esas miradas cerradas, esas voces tan rematadamente conocidas que le tildaron más allá de derechista.
—Calla't la boca, feixista!
Ignorar a Barcelona no era fácil, menos a toda esa gente en su contra, la mayoría de las comunidades también. Aunque una parte suya quisiera encontrar la calma, ese corazón suyo se encontraba tan dividido que dolía como centenares de miles de demonios.
—Basta...

El violín aceleraba, daba vueltas y vueltas dentro de su cabeza.
¿Esas ojeras, esos labios caídos, esa expresión cansada, todo era verdaderamente suyo?
Un paso, dos, tres, llegó hasta la puerta y chirrió levemente. Se fue tambaleando ante el silencio, arrastrando el pie derecho y sintiendo la pistola contra el muslo del pantalón. Se tocó la sien.
—Asco de mano...
Qué fría que estaba si comparaba con sus mejillas bien pálidas, como el tiempo nublado que cubría su ciudad capital. Si miraba el cielo, ¡cuántas veces deseaba que las nubes permanecieran allí para siempre!
¡Cuántas veces deseaba que esos malditos políticos, esos militares, acabaran esa horrible guerra entre hermanos de una vez por todas! Porque por más gruñón que fuera detestaba esa situación que tantas ganas tenía de acabar como un nudo gordiano.
De un corte.

El violín se calmó entre blancas y silencios, y calló.
Manuel dio un paso amplio hasta el sillón en el que tantas veces se había sentado para contemplar su querida ciudad, esa Madrid tan llana y grande bajo su vista.
Ahora rodeada de cenizas, de pobreza, de miedo.
Ahora rodeada de guerra.